Ayuda refugiado afgano a la niñez con discapacidad a continuar sus estudios

Mientras sigue estudiando por su cuenta – le apasionan las matemáticas –, se esfuerza por conseguir que más personas refugiadas con discapacidad vayan a las aulas, y por desafiar las escasas expectativas de lo que pueden lograr cuando llegan a ellas.

Entre ellas se encuentra Gul Bibi*, de 16 años, una joven refugiada con discapacidad. Antes dependía de sus padres para que la llevaran a la escuela primaria cada día, y estuvo a punto de abandonar los estudios en varias ocasiones, hasta que Jamil colaboró con su familia para conseguirle una silla de ruedas.

“Empecé a soñar en grande cuando supe que el hermano Jamil intentaba ayudarme a volver a la escuela y a conseguir una silla de ruedas para facilitar mi movilidad”, comenta.

Desde entonces, Gul ha completado su educación primaria y ahora puede moverse libremente por sí misma. Tiene más confianza y es más optimista sobre su futuro y quiere convertirse en defensora – como Jamil – del acceso a la educación de las personas con discapacidad.

“A muchos niños y niñas con discapacidades se les ha rechazado, han recibido burlas y se han enfrentado a la duda y la ansiedad. Otros que han sido matriculados en la escuela no reciben un apoyo satisfactorio para garantizar que su educación sea significativa para ellos”, explica.

“Mi discapacidad es una fortaleza”.

Otro reciente beneficiario de una silla de ruedas ayudado por Jamil es Awais, de siete años, quien tiene discapacidad física y se había vuelto demasiado pesado para que su padre, Zakar Ullah, un jornalero, lo cargara. Le costaba ir a la escuela, a las tiendas o al hospital sin ayuda.

“Jamil siempre se preocupó por Awais y todavía cuando lo visita le lleva sus dulces y galletas favoritas”, señala Zakar Ullah. “Ahora Awais puede moverse e ir al área de recreación y disfrutar de la naturaleza con muy poca ayuda de mi parte”.

ACNUR apoya a Jamil en su labor pionera. La Agencia también colabora con el gobierno para ampliar las oportunidades educativas de los 1,4 millones de personas refugiadas afganas que viven en Pakistán, incluidas las personas con discapacidad.

Por su parte, Jamil sigue abogando por un apoyo adicional para la niñez refugiada afgana en su pueblo. Y también quiere que su propia comunidad reconozca el valor de la educación para todos.

“La educación ha sido importante para convertirme en quien soy. Mi educación es una fortaleza. Mi discapacidad es una fortaleza”, asegura. “Quiero que mi comunidad sea positiva. Quiero empoderar también a otros miembros de la comunidad con discapacidad. Somos parte de este mundo”.

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